sábado, 28 de diciembre de 2013

Los fascistas se adueñan de nuestros cuerpos (y de nuestras vidas)

ALEXANDRA K. 


Nada hay más personal, más íntimo para cualquier mujer, que la decisión de gestar y dar a luz una hija o un hijo. Nosotras somos las que nos quedamos preñadas, las que disfrutamos y sufrimos el embarazo, las que apostamos nuestra vida, las que parimos.

No hay mayor violación que la consistente en que los machoman del Estado burgués hurguen en nuestras entrañas, que nos obliguen a fabricar en nuestros úteros su mano de obra barata del futuro: no otra cosa somos para ellos las proletarias.

Porque las hijas de los burgueses siempre podrán cruzar la frontera y abortar en condiciones seguras en París, Londres, en cualquier país donde le permita su dinero. Incluso en el Estado español, donde no les van a faltar médicos que les firmen lo que sea, pagando.

Nosotras las pobres, a las que se nos prohíbe incluso la información, tendremos que volver a recurrir a las agujas de tricotar en infames cuartuchos, jugándonos la vida. Peor aún para las canarias, más pobres y muchísimo más alejadas de las fronteras a partir de las cuales ya no hay leyes medievales sobre el aborto.

El partido fascista, trufado de miembros de las sectas Opus Dei, Legionarios de Cristo y otras por el estilo (todas nacional católicas, apostólicas y romanas), nos obliga a “pagar” por nuestro pecado: ser pobres y tener relaciones sexuales. Y a la que le toque la lotería “divina”, que se joda.

Y, sensu contrario, cuando queremos tener hijas e hijos, ser madres, nos ponen todos los obstáculos sociales y económicos que nos impiden la libre maternidad: precariedad, despido gratuito, desahucios, repago y privatización sanitaria, educación de calidad sólo para ricos, liquidación de las ayudas sociales…

En definitiva, nos condenan a parir no por nuestra libre decisión de ser madres, sino por sus santos cojones. Y a partir de ahí, a apencar con los hijos para toda la vida, aunque no tengamos vivienda, ni trabajo, ni condiciones para ello, ni –y esto es lo más importante– queramos. ¿Que el feto tiene graves malformaciones? Pues, para que la penitencia por nuestra “afrenta” sea más implacable, sin ayudas a la dependencia.

Para el nacional catolicismo no somos seres humanos, sino úteros con patas. Animales de cría. O, ya puestas, tentaciones del demonio, que es lo que nos han considerado siempre. Ya saben, cuando dicen que “los enemigos del alma son mundo, demonio y carne”, nosotras somos la carne, meros replicadores uterinos. 

Obligarnos a llevar a término un embarazo no deseado (o, simplemente, al que no podemos dar una vida digna) es puro terrorismo machista de Estado.

Sí, señores –y señoras– del PP: ¡ustedes, fascistas, son los terroristas!